
«Desde 2003 voy visitando escuelas. Lleno mis valijas de libros y títeres y allá voy, abierta en cuerpo y alma para recibir y dar.
Los chicos, puro asombro. La risa se les sale y se contagia. Levantan la mano, opinan, cuentan, preguntan. Quieren más.
Cuando termina, aplaudimos todos. Porque la fiesta la hicimos en equipo, y eso es lo lindo» explica la escritora Maria Laura Dedé quien dialogó con Bajo Perfil por FM Tiempo 100.9Mhz.
BIOGRAFÍA
Cuando nací, allá por 1970, me pusieron un nombre que apenas entraba en la habitación del sanatorio: ¡María Laura Díaz Domínguez! Para colmo, en seguida me llevaron a vivir a un mini departamento. Será por eso (pienso ahora) que donde me sentía más cómoda era en el balcón, donde cantaba o les contaba historias a los vecinos.
A las historias después las escribía en una máquina Olivetti que tenía teclas durísimas y a veces les agregaba un dibujo, porque también me gustaba mucho dibujar. A los nueve publiqué mi primera poesía, en el suplemento de La Nación para chicos:
Mi alma se llena de un juguito
que se llama felicidad.
Es como un mito, que viene y va.
Su hermana es la alegría
que recorre día a día
el corazón de la vida.
La tristeza es su enemiga
La imaginación, su prima
y el mundo su perspectiva.
(No tenía la menor idea de lo que quería decir “mito”, pero me gustaba cómo sonaba.)
A las canciones, en cambio, las cantaba sosteniendo un candelabro de madera que hacía las veces de micrófono. Muchas eran de María Elena Walsh o Walter Yonsky.
¿Te cuento un secreto? era tan fanática de esos libros y discos que tenía, que a más de uno le taché el nombre del autor (así, de puro mala, nomás) y le puse el mío, como si lo hubiera hecho yo.
Cuando terminé el secundario no me decidía entre escribir o dibujar, entonces pensé que Diseño Gráfico era la combinación perfecta. Me recibí en la UBA. Los años siguientes trabajé bastante, mucho, un montón… hasta que un día me di cuenta de que en realidad yo quería hacer libros para chicos. Entonces le di un corte al asunto, empezando por mi nombre: “Díaz Domínguez” se convirtió en “Dedé”, y por fin empecé a ser todo lo yo misma que andaba necesitando.
Ahora, las historias las imagino en la ducha (o en la terraza, o en la plaza…) y después las escribo en mi computadora, porque la Olivetti vaya a saber dónde estará.
Las palabras a veces me vienen solas y otras veces con dibujo y con diseño…
Sea como fuere, ahora, cuando el libro nace, no le tengo que escribir mi nombre con birome: ya viene impreso. Y lo más lindo de este libro que nació es que crece y aprende a caminar… solito, por las calles y las casas y los ojos y los corazones de los chicos y del mundo.